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domingo, 27 de junio de 2010

Anoréxicamente correcta

Estaba desbarrancada pero no podía notarlo. Aún así, dentro del despliegue de maldad y hambre sabía que tenía mis propios límites para respetar. Vivía basada en aquellas dos leyes que había inventado para mi mundillo hambriento, pero aún así había algo mucho más poderoso que mis reglas y eran mis padres.
Nunca pude contra ellos porque en realidad nunca quise ir en su contra. ¿Cómo puedo no ser condescendiente con la gente que me hospeda en su casa? Así los sentía: las palabras “papá” y “mamá” ya no salían a borbotones por mi boca, ahora vivía en “la casa de mis viejos”. No pertenecía a ningún lugar y en ninguno me sentía cómoda.
La escuela se había vuelto un fastidio: mis supuestas amigas (que en aquel momento no lo eran tanto) comenzaba a fastidiarme a diario con miradas inquisidoras ya que ninguna se atrevía a preguntarme si me estaba muriendo definitivamente.
Supongo que en estas situaciones siempre es más fácil hacer la vista gorda o mirar para otro lado. Y la gente suele elegir lo más fácil, claramente, porque es lo que demanda menor esfuerzo. ¿Quién podía gastar algo de sus fuerzas en intentar ayudar a alguien que pensaba que no necesitaba ayuda? Bien, nadie; pero eso no lo sabían: ellas no sabían si yo quería, necesitaba o estaba dispuesta a recibir ayuda. Nunca me lo preguntaron y quizás así me facilitaron el camino directo a la perdición.

No podía contar con ellas porque mi mundo era algo excéntrico. No iban a entender mis juegos, ni mis leyes, ni lo mucho que me molestaba que comiesen en frente mío; por eso era mejor dejar de verlas tanto y por eso necesitaba estar sola. Ya no quería tener que estar inventando que iba a dormir a la casa de alguien, quién fuera: necesitaba mi propio espacio.

En mi casa se estaban viviendo
momentos de agobiante tensión que ni mi cuerpo ni mi alma podían soportar y a la vez, sentía que estaba matando a mi padre y desahuciando a mi madre.

Ana me había convertido en una marginal o yo había elegido serlo con tal de serle fiel a mi diosa adquirida, me escondía de mis padres porque quería evitar peleas, me escondía de mis amigas porque quería evitar que se dieran cuenta de todo lo que me estaba pasando… ¿qué me quedaba? La respuesta a todos mis problemas: Él. Me iba a refugiar en él, una vez más.



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