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miércoles, 1 de septiembre de 2010

Empezemos por el principio


Este no es el DSM-IV ni mucho menos, es simplemente una versión menos estructurada y ajustada de la realidad, de los temas álgidos que con el tiempo envenenan a los adolescentes y a los no tanto. Sí voy a hablar a veces en términos médicos, no porque haya estudiado medicina sino porque me tocó vivirlo, sufrirlo, sangrarlo, vomitarlo. Que a propósito, mejor aprovecho este lugarcito para prologar que sí, a veces soy bastante autosuficiente, egocéntrica y soberbia a la hora de escribir. Y que por cierto creo que sé más acerca de anorexia y suicidio que los psicólogos y los médicos que intentaron ayudarme. No es necedad. Es simplemente que creo que la experiencia no es transmisible… y que aunque yo haya leído muchas veces que tal dolor es punzante, nunca en mi puta vida sentí una punzada. Entonces, que no me vengan a hablar a mí de los síntomas ni de lo que tengo que sentir o hacer, porque ya tuve suficiente.Simplemente escribo esto como método terapéutico.

Tengo mucho que contar, fue mucho lo que sufrí. Bueno… “sufrí”. Irónicamente hay quienes eligen estar enfermas y llega un punto donde hasta disfrutas de ello, pero ahora es temprano para hablar de esas cosas.
Pasado en claro: es jodido. Toca temas jodidos. Y si no estás dispuesto a leer cosas jodidas, andá a la librería, y que seas feliz con Charles Perrault. Yo no soy la Cenicienta, ni Hansel y Gretel. Soy más bien el lobo. Un lobo confundido, ultrajado y autodestructivo.


Empecemos por el principio (que maldita obviedad)

Antes de decirles mi nombre les voy a decir quién soy. O quién no soy mejor: no soy normal. No soy una mujer a quien las cosas le fueron difíciles en la vida, nunca me tocó sufrir problemas de dinero, ni problemas de divorcios de padres, ni problemas escolares, digamos que siempre tuve una vida lo suficientemente calma como para aburrirme hasta límites insospechados. Lo cual no quiere decir que haya tenido una vida perfecta: muy por el contrario: creo que tanto aburrimiento y tanto “no pasa naranja” me llevaron a angustiarme por la nada misma.
El tema es que en vez de jugar a las Barbies yo leía cuentos. Infantiles y no tanto. Recuerdo tomar los libros que mis padres dejaban olvidados encima de mesas o pianos.ero por sobre todas las cosas: no tenía amigas. Literalmente y no estoy exagerando, no tenía una puta amiga. Siempre fui demasiado buena, creo que ese fue mi problema. Lo que decían de mí me afectaba absolutamente demasiado y, seamos sinceros, los comentarios de los infantes pueden ser muy destructivos.Sobretodo si tenés diez años y pesas 64 kilos.
Sí. 64 kilos. Ya pesaba más que mi viejo. Era escandalosamente gorda.Abominable. Bueno, no tanto, pero esa imagen pensaba YO que los DEMÁS tenían de mí. Hasta hace poco creí que mi imagen personal era buena, que mi autoestima era elevada y reposaba en límites correctos o esperados. Pero después me di cuenta de que no era que no tenía amigas porque era gorda: sino que era gorda porque no tenía amigas. Espero que se entienda. Es decir, no me gusta explicar mucho todo. Soy más de tirar y esperar a que se entienda, pero como recién estamos empezando, prefiero explicar, solo por las dudas. En realidad yo no me veía mal, pero si me sentía mal entonces todo lo que hacía era COMER. Mis compañeras del colegio jugaban a la soga y yo comía, mis compañeros jugaban fútbol y yo comía, ellos eran perfectos alumnos y yo comía. Mientras ellos juntaban flores yo me enamoraba estúpidamente de Federico Rodríguez, un compañerito que nunca me iba a dar bola. Simplemente porque pesaba 64kgs y seriamente: porque era rara. Y sí. Era la preferida de los profesores, nunca faltaba a clases, me pasaba los recreos caminando sola por el colegio sin emitir palabra y tocaba piano como los dioses.
Una nena que creció leyendo Bécquer mientras sus compañeras jugaban a ver quién se pintaba los labios del color más lindo, no es normal. Y nunca invité a una amiga a mi casa, nunca, nunca, nunca. Nunca me llamaron por teléfono (quizás de ahí mi quasi- fobia telefónica). Pero no exagero. Creo que ni yo me sabía mi teléfono de memoria. Bueno, era rara, simplemente, atrozmente rara. No solamente porque no tenía los mismos hábitos que todas las demás sino que era bastante acomplejada gracias a mis viejos y compañeritos del colegio.

Dos ejemplos rapidisimos:

Veronica: ¡Cómo olvidarte! En algún momento pensé que era mi amiga. Resulto ser una imbecil como todas las demas.Y además, protagonista de uno de los peores recuerdos del maldito primero colegio al que fui.
Ella delgada y morena. Yo cuasi obesa y blanca como los dientes de mi gato.
Una profesora pidió a alguno de los alumnos que le alcanzase por favor la guitarra que estaba detrás de un mostrador de madera. Para acceder a la guitarra había que pasar por un estrecho (bueno, no tan estrecho) espacio entre pared y mostrador. Yo, voluntariosa y alumna predilecta, me levanté para alcanzar la guitarra y sucedió lo obvio. No pasé. Era un tanque, admitámoslo. Verónica, morocha, graciosa, con una sonrisa resplandeciente y delgada como una arruga se acercó dando saltitos al cántico de: “yo voy a Slim, voy a Slim, yo voy a Slim, voy a Slim”.
Y alcanzó la guitarra. Y yo me puse colorada. Y a llorar, supongo.
Invento, porque no me acuerdo. Es imposible, si me acordara de todas las humillaciones por las que pasé no podria hacerlo.



Enrique:
Esta es la peor. Todavía no les conté pero me cambié de colegio cuatro veces.Era verano pero tenía vergüenza de mostrar mi cuerpo entonces tenía una remera de mangas largas.
Me sofocaba el calor. No miento, me sofocaba.
Entré sigilosamente al aula y no había nadie. Fui al patio y los vi a los chicos jugando al fútbol:
sorpresivamente estaban acompañados de las chicas.
En mi cabeza y hasta ese momento siempre había sido muy femenina, o al menos creía que lo era.No se me cruzaba por la cabeza la idea de jugar al fútbol, eso es cosa de hombres. Me invitaron a jugar y me negué (otra vez excluida).
Me quedé sentada cortando pastito del patio del colegio; despues todos se fueron a trepar árboles: peligro. No sé trepar árboles. Es decir, sí sé, pero nunca me animaba.
El tema es que después se cansaron de los árboles y caminamos todos juntos por entre los árboles arrancando hojitas y pastos y buscando flores de sapo (así les llamábamos a las amarillas chiquitas q apestan). Me sentía bien.
Cuando de repente Enrique no tuvo mejor idea que hacer un comentario filoso. ¿Ya les dije que me gustaba Enrique? . Enrique me miró y me dijo: “Y pensar que cuando éramos chicos eras la más linda.Eras hermosa”. Yo me sonrojé y dije bajito “gracias”. Entonces Enrique prosiguió: “¿Cómo cambia la gente, no?”. Mi mundo se disolvió. Esperé unos cuantos minutos antes de ponerme a llorar. Esperé estar sola, claro.

Así es el ser humano: subjetivo y con memoria selectiva.No recuerdo mucho acerca de ese colegio ni de sus integrantes; pero cuando mucho después me preguntaban por qué era anoréxica y no me creían que había sido gorda yo pensaba para mis adentros: “ja... pregúntenle a Verónica o a Enrique”.




1 comentarios:

Pisces no Pandora ♥ dijo...

Es increible lo profunda que sos Geme... Y yo también sufri el tema de ser gordita u_u me decian ballena D: y tambien me daba verguenza mostrarme, pero si, los niños suelen ser MUY crueles :S asd anyway, me gusto leer esta entrada... me senti... identificada